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viernes, 8 de agosto de 2014

casi una oración





Los amantes de las grandes cosas
de lo enorme, lo llamativo, lo titánico
lo que ellos creen grandioso y admirable
en su afán de exhibirse para su gloria
cotidianamente calculada
no sabrán ver nunca que la vida
está hecha de pequeños gestos
de valiosísimas pequeñeces.

Un vaso de agua fresca en la tarde de verano
ofrecido por la mano de quien has esperado siempre
una pequeña flor cualquier día del año
una sonrisa como un guiño secreto en medio de la multitud
un abrazo a plena luz del día sin ningún porqué
y aun en la íntima penumbra de la alcoba
la quietud del cuerpo a cuerpo bebiendo la armonía
la pincelada roja de Vermeer en la memorable boca
tu mirada clavada en la mía que contiene
la historia universal de todo lo humano
incluso el apartar la mirada cuando las palabras duelen
las cosas tan sencillas que te cuentan al oído
la paz de un alma en paz
la canción que escuchaste mil veces
porque te hace recordar y temblar
saltar por encima de una sombra que te cerca
la dedicatoria que un día recibiste es mucho más que
cuatro letras en tinta negra que alguien pensó para ti
la llamada inesperada de tanta espera
para escuchar tu voz en medio del ruido
la satisfacción de no necesitar mentir ni fingir
el cálido y luminoso arrullo del tú y yo
la palabra leída que te hace cerrar el libro y respirar
y soñar
el regalo recibido sin necesidad de excusa ni ocasión
romper la tristeza de otro con paciencia de artesano
un dedo que roza tu piel sin esperarlo
con tanta ternura
que alguien te abra la puerta y diga “esta es tu casa”
si me necesitas llámame
la luz del ocaso de cualquier día
el sonido del timbre sabiendo que eres tú
las arruguitas que se hacen en torno a tus ojos cuando ríes
porque eres tú y ríes y eres tú
y ríes.
La libertad

Los amantes de las grandes obras no tienen otra cosa que dar
sólo es magnitud, cantidad, metros y nada más.
Se encierran en sus atalayas y son ellos
ellos son y nada más. Vasallos de sí mismos
leones reinando en un desierto vacío
no sabrán agradecer la mano que aplaca su sed
ni la que intentó rescatarlos de la sequía
no saben que en el silencio y la quietud se encuentra la verdad
no son libres encadenados como están a su gran éxtasis efímero
y encerrados en su mundo suyo y de nadie más
no ven que el empeño es vano que están atados y solos
torpes
tan torpes que no saben ni quieren mirar
nunca sabrán perdonarse ni quererse ni sabrán querer
no ven más que el objeto de perpetuarse en su vanidad
y un triste humo negro venden al peso.

Sólo quien ve que la pluma es lo que hace al ave
será libre y sabrá amar
Será libre

Monalisa




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