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lunes, 27 de febrero de 2012

Ternura




Quizás no sea ternura la palabra precisa
para este cierto modo compartido
de quedar en silencio ante lo bello exacto,
o de hablar yo muy poco y ser tú la belleza
misma, su emblema, aunque tan próxima y latiendo.
Y es también un destino unánime que vuelvan
a idéntico silencio -cuando llegue la hora
de la tregua indecible- mi palabra y tu zarpa.

María Victoria Atencia en "De la llama en que arde"

sábado, 25 de febrero de 2012

La Isla


Para el habitante de La Isla Misteriosa:



LA ISLA

No la busques, la Isla
te encontrará a ti.
En esos bares
en los que siempre cenas solo,
en la obsesión por contemplar un día
la aurora boreal, en las horas
de fiebre cuando desde el escalofrío
de la sábana mirabas
cobijarse de la lluvia
a los inflados gorriones. Incluso
mientras, indiferente, escéptico,
oficias a un dios desconocido.

Donde estés
-entre el tedio o la frivolidad
fugitiva- allí
donde quiera que te escondas,
la Isla encuentra al náufrago.

Juan Cobos Wilkins







viernes, 24 de febrero de 2012

Aprendizaje


Rodney Smith



A quien sabe que sueña con quien nadie más sabe.


Creo en ti.
Eres.
Me basta.
Ángel González

Saborear los recuerdos sin sufrirlos:
Saber que existes y respiras
Que lloras y sueñas
Esperanza.
Que piensas y luchas (y miras los cielos).
Amas
Bebes, comes,
Estás vivo (y eres).

Como si fuese todo
Tan natural:
Como si no me traspasara.

Monalisa

martes, 21 de febrero de 2012

Imprescindible

"Beatrice" de Odilon Redon 

ME BASTA ASÍ

Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto, haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-
                                            entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible para ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
                          Oigo
constelaciones: existes.
                        Creo en ti.
                                     Eres.
                                          Me basta)

Ángel González (Un ángel menos dos alas)


(Publicación Programada)

domingo, 19 de febrero de 2012

Amistades II




A los de aquí, a los que no estando están, a los que me sostienen, a los que aguardo, a los que me abrazan, a los que sonrío, a los que llegan cuando menos se espera… Porque, contra lo que dicen, me faltan dedos para contaros.
Porque en momentos como éste os tengo entre mis brazos. Aunque alguna vez rueden al césped doce barbos, porque esos barbos dieron vida a la corriente del río.

Amistad a lo largo

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
                                                   Mirad:
somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí. Pueden alzarse
las gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
Porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo todos trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
Que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

Jaime Gil de Biedma en “Amistad a lo largo”

   
Calladamente doy las gracias, porque a pesar de este febrero frío y desleal, me he sentido muy arropada, amigos.

(Publicación programada)

viernes, 17 de febrero de 2012

Baladas del dulce Jim




Un amigo lo ha dicho. Le daré las gracias, pensé, le daré las gracias. Por última vez he querido morir sobre la acera mojada. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero veía la calle, los coches, las luces, y me pareció mentira que a aquellas horas aún anduviera la gente por la calle. Iba a decírselo a mi amigo, pero no pude. El pelo mojado sobre mi frente olía a lluvia y entonces se lo dije, no que tenía libres todas las tardes y noches de mi vida, sino lo otro, que por la noche las casas parecen fantasmas sin alma, y qué extraño es, a pesar de las noticias recibidas, sentir ganas de vivir.


***

Nevó en el mar. Y por fin caminé sobre el inmenso hielo hacia la blanca lejanía. Una cruz señalaba el lugar en el mapa. Crucé el océano y ya iba a alcanzar el sol cuando grité de pena y con las uñas abrí hendiduras en la helada capa para ver el mar. Las gaviotas muertas de frío en las rocas, me ayudaron a recobrar el miedo que sienten los adolescentes cuando cesan en su llanto por las noches y se inventan un amable desconocido que acariciándoles la cabeza les ayuda a hablar sobre el amor.


***

Pasaban las doce de la noche cuando regresaba a casa , y juro que no bebí, pero allí estaban los dos, jugando a cartas a la vuelta de la esquina. Eran dos sombras enamoradas: Bécquer y Ché Guevara.

Ana María Moix en "Baladas del dulce Jim" (Bartleby Poesía, Lecturas 21)





miércoles, 15 de febrero de 2012

Amistades




Ayer leí este poema, precisamente, mientras esperaba en un café a unos amigos de los de toda la vida. Me atrapó tanto que no pude seguir leyendo del libro que tenía entre las manos. Quise dejarme poseer por ese momento, y fue de esas veces en que te dices: hay que dejar reposar este sentimiento y saborearlo, aunque sea amargo. Porque... Cuánta belleza!


YERBÍN DEL CORAZÓN

La amistad es una mata fresca que echa flores
blancas, rojas, azules, amarillas
y desparrama un aroma espeso
a alcoba alegre y recogida
donde durmieron muchos cuerpos jóvenes.

La amistad es una tormenta de licores
dulces, secos, amargos, lujuriantes
y uno se emborracha algunas noches
hasta rodar abriéndose hasta el cielo.

La amistad más caliente
huele a campo y a bar con mucha gente
y tiene las holguras bien dispuestas
de un puerto con mil barcas.

La amistad es una liebre con maneras de reina.
En su bosque cobija compañía y delicias,
también alguna espina.

Pero, igual que el amor se desmorona
y se convierte en una sombra paralítica,
la amistad más radiante se apaga algunas veces.

Y entonces el amigo del alma
te invita a su chalé con muchas rosas
y saca unas cervezas poco frescas.
Y en el jardín te sientas a su lado
y cuando aún con emoción le dices
¡qué hermosos los ciruelos!
te contesta en un tiro de honda
acércame ese plato de aceitunas.

Y ya nada hay que hablar.
Y te levantas con la tristeza de los árboles
y por primera vez no apretarás su mano al estrecharla
y rodarán al césped doce barbos.

Ramón Irigoyen en "Cielos e inviernos"


domingo, 12 de febrero de 2012

La corriente del río






Mientras te amabas
sólo a ti mismo, no crecías.

Pero anhelaste amar y ser amado
y entonces ya
la corriente del río
se puso en movimiento.

Juan Cobos Wilkins

Manuela





Manuela es una mujer de cuerpo rotundo y noble. Su presencia se impone sin resistencia y sin proponérselo.
Manuela tiene ochenta y cinco años y ha parido siete veces. Ha visto morir a su marido y a uno de sus hijos de veinte años.
Me habla de sus nietos: quiere mucho a D., a A. a J.A., a todos y cada uno de ellos. Yo le pregunto en tono de broma “¿y a mí me quieres, Manuela?”, entonces a ella le sale una risilla traviesa, abre los ojos todo lo que puede (que no es  mucho), me señala insistentemente con el dedo y me dice “tú eres  mu dispuesta!!!”. Me habla de dos de sus hijos, que viven con ella, algo tocados, los dos, “por las cosas de la vida”. Los primeros días soñaba con ellos, los nombraba en sueños, sabiendo que  la necesitan, y yo la oía. Por la mañana sus hijos la llaman por teléfono para preguntarle sobre la compra del día. Ella les dice: “comprar longaniza de la güena, de la que os compro yo”. Ellos la obedecen, y siguen, en la distancia, sus instrucciones.
Manuela, hace años, tuvo a su marido ingresado en un hospital de Madrid, y al mismo tiempo a uno de sus hijos en otro hospital en la otra punta de la ciudad, y se cruzaba varias veces al día Madrid entero para atenderles a los dos. Me cuenta que ha trabajado mucho y también que tenía “un tipo pa quitar el hipo, por eso yo me arreglaba y he presumío to lo que he podío”. Y hace la intención de mover lo que es su día fue una cinturita, un gesto gracioso que nos hace reír.
Manuela en la noche me pide agua con ese hilillo de voz que en sus años debió ser vozarrón. Mientras le pongo la pajita en la boca para que beba lentamente y a sorbitos pequeños durante un largo rato, no deja de mirarme a los ojos todo ese tiempo, con una mirada que parece lejana, casi perdida, los párpados medio caídos. Pero no. Yo sé que al mirar mis ojos ve mucho más allá, ve lo que mucha gente no sabrá ver jamás, porque Manuela es una mujer sabia, con esa sabiduría de la sencillez del día a día bien trabajado, de cada día ganado con el esfuerzo de los huesos y el coraje, pero también de la generosidad espontánea y natural. Con la entrega total.
Y a mí, que siempre me gustó leer y estudiar, a mí que me gustó siempre aprender cosas, y pensé que sabía muchas e importantes, me ha enseñado lo que de verdad es importante en la vida: El cariño de los suyos. Y suyos son todos los que le rodean y son buenos, porque ella sabe ganarse, aun sin proponérselo, el corazón de todos.
Manuela es una lección de vida y será una lección de muerte. Un día se dormirá dulcemente y seguirá soñando, como lo hace estos días, con lo valioso de su vida, con la gente a la que quiere, con las personas a las que ha entregado toda su vida y con todas aquellas que le han dado algo, aunque sea mínimo, porque ella sabe agradecerlo todo y no quiere molestar, dice.
Manuela: Cuánto aprendo de ti. Cómo te has grabado en mi corazón!


miércoles, 8 de febrero de 2012

Carta III



Nunca sabré nada de ti,
y eso lo supe
desde el primer encuentro.

Esta certeza tiene tanta fuerza
que es
como si tuviera noticias tuyas
a cada momento

Clara Janés

(Entrada Programada)


viernes, 3 de febrero de 2012

Retazos


Nunca puede el frío ni el recuerdo
Nunca puede el cuervo ni el viento
Que no te paren.
Jamás!
Porque tienes firmado contrato con tu corazón
Y lo más revolucionario es amar, sentir, recordar...
Como ahora pienso.

Lo dice mi amigo "Marinero" (Gracias)




"El primer surco de hoy será mi cuerpo.”


Claudio Rodríguez en “Canto del despertar”



jueves, 2 de febrero de 2012

El crimen de cada día


"Alguien, no viste quién, abrió la puerta, y saliste con toda la vitalidad con que te fue posible hacerlo, pensando que la libertad estaba enfrente y que te daban por fin la posibilidad de disfrutarla. Obviamente, no la encontraste: contra lo que esperabas, sólo hallaste un lugar más espacioso, paredes infranqueables, y varios hombres a los que hasta entonces jamás habías visto, con la crueldad dispuesta y el más feroz de los sadismos preparado. Después, fueron quince minutos, veinte tal vez, de auténtico martirio, en los que tuviste ocasión de conocer sobre tu cuerpo la violencia, y supiste del terrible extremo a que es capaz de llegar en su brutalidad el hombre, de forma arbitraria y sin razón alguna que además lo justifique. Quizá, es probable, te preguntaste por qué lo hacían, cuál era la auténtica razón de que te torturaran de ese modo, o quizá, quién sabe, no llegaste a preguntarte nada, pues, como ellos decían, ni sufrir podías, y pensar era una función para la que sólo ellos estaban capacitados. Después, cuando se cansaron, viste que uno de ellos, el más cruel posiblemente, se paraba frente a ti con su arma preparada, y tuviste la impresión de que el momento del fin estaba próximo. No dudaste: esperanzado, te arrancaste contra él con las pocas fuerzas de que disponías, y respiraste tranquilo al sentir en tu cuerpo la llegada de la muerte, el borbotón de sangre que, viniéndote de muy dentro, te inundó de golpe las fauces, desbordando generoso la glotis y la garganta. Después no sentiste más, caíste al suelo como un fardo, y un clamor unánime atronó el ruedo, pidiendo, con rara y terrible unanimidad, que te cortaran las dos orejas y el rabo."

Carlos Alfaro, microrrelato



Pensaba "dedicárselo" al Ministro de Educación, Cultura y Deporte, que hoy ha decidido “poner en valor” la fiesta taurina concediéndole más ayudas económicas, mientras la educación pública, la sanidad, y otros servicios sociales de primera necesidad se ven cada vez más desatendidos por el gobierno actual. Sr. Ministro, como decía mi abuela: “Lo primero va antes”.
Pensaba dedicárselo, decía, pero no lo voy a hacer. No creo que esta perla literaria, artística y cultural la pueda entender y valorar un ministro que, siendo de Cultura, la menosprecia de tal manera. Me pregunto si a él le gustaría sentirse en la “piel del toro”.


miércoles, 1 de febrero de 2012

In memoriam





Bajo una pequeña estrella


Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado 
       por alto a cada segundo. 
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo el primero. 
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
       a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos, cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.


Wislawa  Szyborska  (Versión de Abel  A. Murcia)