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viernes, 18 de abril de 2014

Gabo, para siempre





No por esperada es menos sentida la noticia: acaba de morir García Márquez, Gabo.

Le debo mucho en mi afición a la lectura. Leí demasiado pronto su “Cien años de soledad” y era consciente de que me perdía muchas cosas, por eso lo volví a leer un tiempo después. Desde entonces han sido incontables la relecturas de esa estirpe de Macondo. He soñado Macondo al derecho y al revés. Lo he vivido tantas veces y de tantas maneras que forma parte de mi historia personal. He ido haciéndome con todas las ediciones que han caído en mis manos. En fin, mi casa también está en Macondo.

Casi todo lo que ha escrito García Márquez está aquí, es esta casa en la que he ido a caer, en esta tierra extraña. Y hoy mucho más sola.

Se habla casi siempre del párrafo inicial de su inmortal novela: “Muchos años después , frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Yo hoy prefiero poner el final del libro que también me parece prodigioso.

“Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. No lo advirtió porque en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser, en un abuelo concupiscente que se dejaba arrastrar por la frivolidad a través de un páramo alucinado, en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz. Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia, y encontró el instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas de un baño crepuscular, donde un menestral saciaba su lujuria con una mujer que se le entregaba por rebeldía. Estaba tan absorto, que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento, cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos. Sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."



"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla".

Gracias, Gabo, por tantas horas de lecturas y sueños.



Cortázar asustando a García Márquez






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