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sábado, 5 de febrero de 2011

Volar



Me han vuelto a regalar un sueño. Mi amiga Julia. Ni siquiera sabía lo deseado que era por mí. Aún así ella y Ángel lo han hecho posible. No lo olvidaré nunca.

Había soñado muchas veces con volar. Lo soñaba dormida y muchas veces despierta. Y hoy he volado de verdad.

En el ultraligero vas en un pequeño asiento, sólo sujeta por la cintura. Todo el cuerpo, manos y pies al aire. Es lo más parecido a un pájaro que un humano puede experimentar.

El vuelo es lento, calmado, casi quietud, planeo. El paisaje a cientos de metros bajo tus pies. Se domina todo el horizonte en una llanura como la nuestra. Los trescientos sesenta grados del horizonte. Verlo todo desde tan alto, con esa sensación de libertad, con el viento envolviéndote entera, la emoción que trae el frescor, de liberación absoluta; da una esperanza nueva al alma.

Allí arriba no piensas en nada más, estás en “pleno vuelo”. Olvido.
Sin más ataduras
que el cinto de la cintura.

Me llaman la atención la sensación de viento frío liberador y la tonalidad de la luz, muy distinta a la de aquí abajo. Y qué ganas de no volver a poner los pies en tierra. Pero no queda más remedio.

Ahora me gustaría experimentar lo que se siente al sobrevolar el mar. Debe ser grandioso.

Quisiera ser ave:
Para volar a tu ventana si una noche te hago falta
y desteñir la madrugada besándote hasta la mañana
(así dice una canción).

Gracias Ángel, gracias Julia.

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