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domingo, 16 de junio de 2013

li-las




Mi abuelo tenía un corral grande en el que había reservado una pequeña parcelita para un huerto en el que sembró muchas cosas, pero yo sólo recuerdo los girasoles. En el corral también plantó un manzano. Las manzanas eran pequeñas pero de un dulce como no he vuelto a probar nunca más. Y había un pozo que daba un agua muy fresca, y que estaba bien protegido contra cualquier travesura de los niños. Porque allí jugábamos todos sus nietos. Por eso mi abuelo también puso un columpio que él mismo hizo y que siempre era motivo de disputas entre los que entonces éramos niños. Para cronometrar el tiempo que cada uno se mecía utilizábamos una cancioncilla que cantábamos todos a coro. Cuando terminaba la canción era el tiempo del relevo: "Me toca a mí!" Y vuelta a empezar. A veces, tenían que venir los mayores a apaciguar los ánimos.
También puso mi abuelo un pequeño cortadillo con arena en donde jugábamos todos los primos con cubos, palas y a puñados. Había, recuerdo, un celemín que, a falta de otro uso, mi abuela utilizaba para poner las pinzas de la ropa. Porque entre los árboles y girasoles, mi abuela tendía la ropa a secar, con una limpieza cuyo olor aún recuerdo. Mi abuelo cuidaba del huerto donde había girasoles, cuidaba los árboles, la parra (que también la había), y mi abuela cuidaba sus plantas que ponía en grandes macetones. Tenía tan buena mano que nunca he visto plantas más hermosas: hortensias, crisantemos, galanes de noche... que de la mano de mi abuela se convertían en piezas de museo. Pero lo que más recuerdo del corral de mi abuelo es el lilo. Tal vez porque entraba por todos los sentidos. Llenaba la vista, el aroma (que siempre me lleva a aquellos años) lo invadía todo, y además, siempre que lo pienso, ahora con el tiempo, escucho música de flautas. En esta época del año, se llenaba de lilas aromáticas como si hubieran nevado del cielo los pequeños pétalos formando pináculos que cuajaban el árbol de un color que siempre ha marcado mi vida. Y muy a menudo nos llevábamos enormes ramos de lilas a casa que poníamos en jarrones con agua. Duraban muy poco, pero no importaba, el árbol del abuelo seguía nevado de flores.
Por eso las lilas son tan gratas para mí y tienen un significado mucho más allá de su precioso nombre: li-la, li-la, li-la, la, la...
Y por eso les tengo un cariño muy especial, de tal forma, que basta con escuchar esa palabra para que venga el recuerdo de mi abuelo y de aquel corral de la infancia. Y por eso, cuando el otro día se me cruzó (por azar o necesidad) el libro "En época de lilas" de e.e. cummings, no pude resistir la tentación de comprarlo. Reconozco que mucho más por mi abuelo que por e.e. cummings, y por las épocas de lilas, que son éstas, las de hoy, las de ahora. Las de la tardía primavera.

Otro día, algún poema del libro.

Monalisa








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