Este pequeño libro de Natalia Ginzburg es una joyita. Consta
de once relatos que, en su día, fueron publicados en distintas revistas y
periódicos. Como siempre, cautivador y entrañable. Y para leer con avidez. Un gran placer.
“Existe una cierta uniformidad monótona en los destinos de
los hombres. Nuestras existencias se desarrollan según leyes antiguas e inmutables, según una cadencia
propia, uniforme y antigua. Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto
los vemos rotos, comprendemos de repente que las mayores alegrías de nuestra
vida están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos
consume la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra
suerte transcurre en ese alternarse de esperanzas y nostalgias.”
(del relato: Invierno en los Abruzos)
“Mi amiga dice a veces que está harta de trabajar y que le
gustaría mandarlo todo a paseo. Quisiera encerrarse en una taberna de mala
muerte y beberse todos sus ahorros, o bien meterse en la cama y no pensar ya en
nada, y dejar que vengan a cortarle el gas y la luz, dejar que todo se vaya a
la deriva poco a poco. Dice que lo hará cuando yo me haya ido. Porque nuestra
vida en común durará poco, no tardaré en partir y volver junto a mi madre y mis
hijos, a una casa donde no me estará permitido llevar los zapatos rotos. Mi
madre se ocupará de mí, me impedirá llevar alfileres en lugar de botones, y
escribir hasta altas horas de la madrugada. Yo, a mi vez, me ocuparé de mis
hijos, venciendo la tentación de mandarlo todo a paseo. Volveré a ser seria y
maternal, como me ocurre siempre cuando estoy con ellos, una persona distinta
de la que soy ahora, una persona a la que mi amiga no conoce en absoluto.”
(del relato: Los zapatos rotos)
“Por un instante, la ciudad puede parecer incluso risueña y
hospitalaria: es una impresión fugaz. La naturaleza esencial de la ciudad es la
melancolía: el río, perdiéndose a lo lejos, desaparece en un horizonte de
nieblas violáceas que hacen pensar en la puesta de sol aunque sea mediodía, y
en todas partes se respira el mismo olor intenso y laborioso del hollín y se
oye el pitido de los trenes.”
(…)
“Cuando le preguntábamos si le gustaba ser famoso,
contestaba, con una sonrisa maliciosa y soberbia, que siempre se lo había
esperado; tenía a veces una sonrisa astuta y soberbia, infantil y malévola, que
centelleaba y desaparecía. Pero el hecho de que siempre se lo hubiera esperado
significaba que lo que había logrado ya no le daba ninguna alegría, porque era
incapaz de gozar de las cosas y amarlas en cuanto las tenía.”
(del relato:Retrato de un amigo)
En este relato, Natalia Ginzburg no
menciona el nombre de la ciudad ni el de su amigo. Y, ciertamente, no es necesario, ambos son tan reconocibles...
Me ha traído estupendos recuerdos de la ciudad retratada. De
los días con mi querida Ana. Y algún otro muy concreto, en mi ausencia, desde el puente. De
humo blanco gris, como la niebla que nace abajo desde el río…
el fragmento de "Los zapatos rotos" me ha fascinado
ResponderEliminarQuerida "g", todos los relatos son fascinantes. Te recomiendo el libro.
ResponderEliminarUn abrazo