Manuela es
una mujer de cuerpo rotundo y noble. Su presencia se impone sin resistencia y
sin proponérselo.
Manuela
tiene ochenta y cinco años y ha parido siete veces. Ha visto morir a su marido
y a uno de sus hijos de veinte años.
Me habla de
sus nietos: quiere mucho a D., a A. a J.A., a todos y cada uno de ellos. Yo le
pregunto en tono de broma “¿y a mí me quieres, Manuela?”, entonces a ella le
sale una risilla traviesa, abre los ojos todo lo que puede (que no es mucho), me señala insistentemente con el dedo
y me dice “tú eres mu dispuesta!!!”. Me
habla de dos de sus hijos, que viven con ella, algo tocados, los dos, “por las cosas de la vida”. Los primeros
días soñaba con ellos, los nombraba en sueños, sabiendo que la necesitan, y yo la oía. Por la mañana sus
hijos la llaman por teléfono para preguntarle sobre la compra del día. Ella les
dice: “comprar longaniza de la güena, de la que os compro yo”. Ellos la
obedecen, y siguen, en la distancia, sus instrucciones.
Manuela,
hace años, tuvo a su marido ingresado en un hospital de Madrid, y al mismo
tiempo a uno de sus hijos en otro hospital en la otra punta de la ciudad, y se
cruzaba varias veces al día Madrid entero para atenderles a los dos. Me
cuenta que ha trabajado mucho y también que tenía “un tipo pa quitar el hipo, por eso yo me arreglaba y he presumío to lo
que he podío”. Y hace la intención de mover lo que es su día fue una
cinturita, un gesto gracioso que nos hace reír.
Manuela en
la noche me pide agua con ese hilillo de voz que en sus años debió ser
vozarrón. Mientras le pongo la pajita en la boca para que beba lentamente y a
sorbitos pequeños durante un largo rato, no deja de mirarme a los ojos todo ese
tiempo, con una mirada que parece lejana, casi perdida, los párpados medio caídos.
Pero no. Yo sé que al mirar mis ojos ve mucho más allá, ve lo que mucha gente
no sabrá ver jamás, porque Manuela es una mujer sabia, con esa sabiduría de la
sencillez del día a día bien trabajado, de cada día ganado con el esfuerzo de
los huesos y el coraje, pero también de la generosidad espontánea y natural.
Con la entrega total.
Y a mí, que
siempre me gustó leer y estudiar, a mí que me gustó siempre aprender cosas, y
pensé que sabía muchas e importantes, me ha enseñado lo que de verdad es
importante en la vida: El cariño de los suyos. Y suyos son todos los que le
rodean y son buenos, porque ella sabe ganarse, aun sin proponérselo, el corazón
de todos.
Manuela es
una lección de vida y será una lección de muerte. Un día se dormirá dulcemente
y seguirá soñando, como lo hace estos días, con lo valioso de su vida, con la
gente a la que quiere, con las personas a las que ha entregado toda su vida y
con todas aquellas que le han dado algo, aunque sea mínimo, porque ella sabe agradecerlo todo y no quiere molestar, dice.
Manuela:
Cuánto aprendo de ti. Cómo te has grabado en mi corazón!
Es una bella historia. Usted describió a Manuela para que sea real, es como si ella salió y yo también podría mirar en sus ojos
ResponderEliminarEs un hermoso y tierno escrito para "tu Manuela" y tantas Manuelas que aún siguen quedando.
ResponderEliminarPor qué la vida,a veces,se vuelve tan inhóspita?
Un fuerte abrazo,mi querida Queti
Gracias a los dos. Manuela es la vecina de al lado. Hasta hace unos días no la conocía, ahora es como si ya formase parte de mi vida.
ResponderEliminarUna historia que destila ternura y cercania, bonita y hermosa para leer y compartir, sabiendo que es real como la vida misma.
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