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domingo, 16 de marzo de 2014

Rubáiyátas (I)







Había leído algunos poemas sueltos del libro “Las Rubáiyátas de Horacio Martín”, de Félix Grande. Ahora he empezado la lectura del libro completo y me sorprende, nada más llegar, una especie de preámbulo que el autor tituló simplemente “Nota”. La he leído ya varias veces para mi disfrute. Es magistral, soberbia. Tanto, que me he sentido como si ya no hubiera nada más que leer.
Me deja herida, pobre, huérfana, sin tierra que pisar bajo mis pies y todo el peso de las distancias y el abismo sobre mi cabeza.
Un arma de vida apuntando a mis sienes.


En las épocas nefastas de su vida, un escritor puede distraer meses enteros sin hallar en los libros otra cosa que un desagradecido tedio y algunas voces inaudibles que aluden a desgracias o rebeldías que no despiertan su pasión. Son las épocas muertas - que otros llaman de transición o crisis-, tras las cuales quizá sobrevienen la renuncia o un libro verdadero, la resurrección o el suicidio, la generosidad o la pena, la mortificación o el rencor. Se recorren las páginas con un gesto de sibarita hastiado, con la inmensa pobreza de estar harto de las palabras. En un momento dado, esas páginas pueden ser las de un texto llamado Vidas imaginarias. Y ante ellas, el escritor casi desvanecido puede sentir de pronto que su hastío retrocede, desaparece. Vuelve a leer una frase, varias veces, con una siniestra gratitud. Y cierra el libro, fuma, camina por el cuarto, comienza a usar de nuevo su inteligencia y su dolor. Y ya no necesita, quizá no necesitará jamás, leer otra vez esas palabras: quedan en la memoria, han quedado en su ser. ¿Qué dicen o qué braman esos signos? Y en todo su cuerpo sintió un pueblo invisible y discorde, ávido de separación. Cuando Marcel Schwob me abrió ese tragaluz de saber, pensé, con emoción, en  algunos de cuantos se vieron compulsados a desgajarse en heterónimos - tal vez para sobrevivir: Pessoa, Machado, Onetti. El primero bautizó sus despojos y los denominó heterónimos. Machado, más paciente, les llamó los complementarios. Onetti mató a Larsen en las afueras de Santa María, pero sabemos que anda desvelado a causa de su ausencia y reflexionando en la manera de resucitarlo. En cuanto a mí, discípulo de esos creadores gigantescos, ¿cómo habría de saber qué va a ocurrir con Horacio Martín?

“Un individuo -ha escrito con acierto Nivaria Tejera- se compone de muchos desconocidos”.


Felix Grande, en la Nota preliminar al libro de poemas “Las Rubáiyátas de Horacio Martín”

Madrid, enero 1974




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