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martes, 24 de mayo de 2011

alas



Yo ejercía entonces la Medicina, en Huamahuaca. Una tarde me trajeron un niño descalabrado: se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando, para revisarlo, le quité el poncho, vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
  - ¿Por qué no volase, m'hijo, al sentirte caer?
  - ¿Volar? - me dijo-. ¿Volar, para que la gente se ría de mí?


Enrique Anderson Imbert

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