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jueves, 21 de marzo de 2013

mujer amiga






La conocí como una mujer pequeña porque estaba perdida.
Perdida en el inmenso espacio abierto y oscuro que es el miedo.
Encogida como un gorrión asustado.
¿Qué habrá ahora?
¿Cómo será vivir ahora?
¿Cómo moverse en medio del vacío negro?

Su rostro, más que dolor, reflejaba el miedo a ese espacio nuevo, frío y desconocido que se abría ahora. Incertidumbre y miedo, mucho miedo. Eso es lo que volaba por encima del dolor inmenso.

Su mirada lo decía todo:
Tengo miedo.
No sé hacia dónde ir.
No sé cómo ir.
No sé caminar así.
No sé.

No sé.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuánto?

Miedo al saber que el universo es aún más infinito
y que el vacío está arriba.

Y el miedo, ese miedo inmenso inabarcable
llegando a los límites, tan próximos,
del “no puedo más y aquí me quedo

Y franqueaba las sonrisas,
los abrazos, los besos,
las caricias…
Lo franqueaba todo,
pero el miedo no.

Y dibujaba flores con la sonrisa
que deshojaba con la mirada.

Cuando volví a verla descubrí a la mujer grande,
generosa y amable.
Y ahora sí, el dolor.
El dolor de todo lo perdido:
los deseos, las esperanzas,
los sueños, las ganas, el tiempo y
una parte importante del amor.

Sin embargo, cuando se giró, en un momento como un relámpago,
vi un vacío enorme a su espalda.
Seguía ahí el miedo grande como una nube negra,
el vacío que lo ocupa todo,
la incertidumbre de lo que ya no es,
el silencio de millas de años,
el clavo ardiendo en la llaga,
el rayo que no cesa,
la ausencia como un planeta,
el rojo sable que hurga en lo más hondo

Se giró de nuevo y sonrió

Y era el miedo
                     Y el dolor

El grito ahogado.


Perennes
Infranqueables
Las palabras de sus ojos.

Extraordinaria mujer amiga

Monalisa



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